domingo, 30 de diciembre de 2007

Hablemos sobre el cáncer




HABLEMOS
Me gustaría contar muchísimas cosas de mi vida, de mis experiencias, de todos los acontecimientos que he presenciado. Quisiera hablar de todo lo que bulle en mi interior, pero como todo tiene un principio voy a intentar encarrilar el hilo de este ensayo de una manera lo mas ordenada posible.
Es muy triste que cuando sentimos que nuestra vida está amenazada, es cuando más nos aferramos a ella, es entonces cuando empezamos a valorar todo nuestro alrededor como debemos. Digo esto porque es precisamente lo que a mí me ha pasado recientemente. Ahora que creo que he salido del pozo en el que caí, es el momento de contar la terrible experiencia que me ha tocado vivir.
Hasta hace más de un año mi vida era pues digamos “normal”, iba a trabajar todos los días, me fumaba mi paquete de tabaco rubio diario, vivía con un estrés de campeonato, pero no me preocupaba por las consecuencias que todo el comportamiento al que yo sometía a mi cuerpo podría provocarme; porque estoy completamente seguro que todo lo que me sucedió fue por culpa de lo que estaba padeciendo en mi interior, por la forma de ser que tenía y la filosofía de vida tan desastrosa que seguía.
Como comenté antes, mi vida era “normal” hasta cierto punto, hasta que en el fin de año de 1998 descubrí que había algo anormal en mi cuerpo. Empecé a notarme un pequeño bulto en el testículo izquierdo, al principio no le di importancia, pero me asusté y fui al médico para que me dijera la impresión que le daba ese bultito. Pero ¡como tenemos unos médicos de lujo en la seguridad social!, (sobre todo los médicos de cabecera), él me dijo que seguramente sería un quiste, que no me preocupara tanto. Tan a la ligera se lo tomó que no fue capaz siquiera de palparme mis partes, ni mirarlas, cosa que, a mi opinión ,es de incompetentes. Un profesional de la medicina debería explorar al paciente para comprobar lo que le ocurre, pero en mi caso, y en el de muchos, los médicos que nos atienden no son profesionales, son solamente farmacéuticos, ya que solo valen para recetar medicamentos. Parece que les demos aprensión, porque ni siquiera se atreven a tocarnos, o a preguntarnos como nos encontramos; luego sufrimos las consecuencias de sus negligencias.
El médico de cabecera me mandó al especialista, pero el volante que me “recetó” era para un plazo de unos dos meses; ¡tenía que esperarme dos meses antes de que el especialista me viera!.
Durante los dos meses siguientes estuve dándole vueltas al asunto del bultito que tenía, preocupándome cada vez mas, y temiéndome lo peor—que por desgracia confirmaría mas adelante—lo que me hizo entrar en un estado de ansiedad continuo; para postres el trabajo que desempeñaba en mi empresa era muy estresante, creía que sobre mis hombros recaía demasiada responsabilidad para sacar la producción adelante, considerándome imprescindible__que nadie lo es__ para que la empresa funcionara. Mi trabajo era de Lacador, me dedicaba a pintar con pistola todo tipo de muebles, sillas, mesas, y demás artículos de madera, lacándolos con barnices y dándoles color con tintes. Era un trabajo monótono, aburrido y muy peligroso para la salud, además de muy cansado (Mi oficio es el de Lacador, trabajando como se debe es un trabajo muy bonito pero trabajando a lo bestia es una mierda). Todos los productos con los que trabajaba están catalogados como de extremadamente cancerígenos, como son los poliuretanos, disolventes, acetatos, acetonas, toluenos, etc. Tal vez, ellos fueran los causantes de la enfermedad que en esos momentos estaba incubando en mi interior, pero yo ni siquiera me pensaba que lo que estaba desarrollándose en mí era un cáncer, y menos de los malignos.
Llegó el día de la cita con el especialista, fui bastante tranquilo, porque no me imaginaba lo que me pasaba. Al llegar allí estuve un buen rato esperando, y cuando al fin dijeron mi nombre, entré a la consulta. Pues bien, el especialista hizo lo mismo que el médico de cabecera, ni siquiera me examinó, me hizo un par de preguntas sobre si me dolía—le dije que no—y me “recetó” una ecografía, pero era para 4 meses después—¡Dios, tenía que volver a esperar 4 meses para que me hicieran una exploración!—ya que el especialista creía que era un simple quiste en el testículo—¡vaya una mierda de especialista!, lástima que no pueda hacer nada contra el—y encima me dijo que no me preocupara.
¡Que no me preocupara!, no, que va, yo no estaba preocupado, ¡estaba histérico!; veía como el bultito se hacía cada vez más grande y que empezaba a sentir un dolor sordo en la zona lumbar—cosa que no asocié al bultito del testículo—que no me dejaba trabajar, por lo que las 11 horas de trabajo diarias se me hacían insoportables; pero de momento podía aguantar.
La ansiedad que padecía me hacía fumar como un carretero, fumaba paquete y medio de tabaco rubio al día; mi humor cambió, estaba siempre irritable, cada dos por tres estaba discutiendo con mi pareja, provocando un malestar en mi vida que no podía aguantar. Me sentía como si estuviera en una vorágine de pesadilla, como si estuviera condenado a vivir siempre de mal humor, con miles de preocupaciones en mi cabeza, con miles de miedos; en realidad le tenía miedo a todo, miedo a la vida, miedo al amor, miedo al sexo. Todo eso me llevó un estado de depresión que afectó mucho a mis relaciones con los demás, sobre todo con mi pareja. Pero eso no era todo, lo peor, el mazazo final vendría en los 4 meses siguientes a la consulta con el “especialista”.
A los dos meses de visitar al “especialista” fui a hacerme la ecografía. Cuando entré a la habitación donde se realizaban, me atendió un hombre muy amable, un radiólogo bastante cordial, me dijo que me desnudara, que me tranquilizara para poder hacer la ecografía con precisión. Cuando me la hizo me dijo que, efectivamente, había un bulto en el testículo, y que le daba un poco de mala espina, ya que era bastante heterogéneo, y lo veía compuesto de muchos elementos distintos, como el calcio y distintos tejidos que no se podían determinar. Me dijo que no me asustara, pero que me iba a mandar a una revisión a urología al hospital, para que confirmaran su diagnostico—pero a mi no me dijo lo que pensaba que me ocurría—y así salir de dudas.
Esta persona fue el único sanitario que verdaderamente se comportó con profesionalidad y buena fe de los que hasta el momento me habían atendido.
Al mes y medio de realizarme la ecografía me llamaron del hospital, para que me personara en Urología. Cuando la uróloga vio la ecografía enseguida lo tuvo claro—incluso le comentó a su colega: - ¡mira que imagen más bonita!—hizo que me sentara, y sin ningún tipo de rodeos me comentó que no sabía que era ese bulto que tenía en el testículo, pero que como no lo sabía, lo primero que pensaba era que tenía un cáncer. En ese instante se me cayó el mundo encima, me puse blanco y no supe que decirle, ¡pero ella si que tenía que decirme!, me dijo que tenía que operarme para extirparme el testículo afectado, para analizarlo y ver si era maligno (cosa que ella sospechaba) y ver la clase de tratamiento que me pondrían.
Mi padre –que me acompañó—salió muy preocupado de la consulta, intentando tranquilizarme, pero yo salí indiferente, en esos momentos no tenía ningún sentimiento hacia lo que me acababan de decir, y creo que no me lo creí hasta que pasaron unos días y me avisaron para operarme.
Se me ha olvidado comentar que durante el proceso de realizarme la ecografía hasta que me realizaron la primera operación, me realizaron otras pruebas, de sangre, y exploratorias como el T.A.C. (Tomografía Axial Computerizada); y gracias a ellas pudieron averiguar que el cáncer se me había extendido hacia los ganglios linfáticos del abdomen, detrás del peritoneo (que es la membrana que recubre nuestras vísceras en el abdomen), y esa era la causa por la que me dolía la zona lumbar, que se hizo insoportable el poder trabajar por ese dolor—lo que me hizo pedir la baja laboral dos semanas antes de operarme—tratándome con pastillas y pomadas para intentar aliviar el dolor.
Transcurrieron dos semanas desde mi consulta con la uróloga, entonces me llamaron para operarme.
Me extirparon el testículo izquierdo, fue una operación digamos relativamente “sencilla”, ya que apenas me dolió la herida que me produjeron en la ingle, y en poco tiempo curó.
Me dieron consulta con el oncólogo, y después de estudiar la anatomía patológica del testículo que me extirparon me dijo:--es un tumor germinal, de los más agresivos, pero este tipo de tumor es de los que más responde al tratamiento de quimioterapia, por lo tanto prepárate, ya que vamos a ponerte un tratamiento muy fuerte, que te producirá muchos efectos indeseados—después de oír estas palabras confieso que me acojoné, y creo que con muchísima razón, por lo que más adelante pude confirmar.
No puedo describir las sensaciones que tuve cuando entré a la zona donde se administran los medicamentos quimioterápicos.
La sala donde se ponían los tratamientos era una habitación grande, de unos 5 metros de ancho por 30 o 40 de largo, con varios compartimentos separados por mamparas de aluminio. En ella habían unos doce sillones o butacas en donde los pacientes se sientan, un ATS les atiende y les coloca el catéter en el brazo para administrar la medicación intravenosa.
Puedo afirmar que no es nada agradable la visión de todas las personas que tienen que estar allí poniéndose la medicación, y más si eres tú el siguiente que se la tiene que poner.
Los médicos dicen que todo esto son males menores con tal de tratar la enfermedad, pero el que lo tiene que sufrir ya quisiera el poder evitarlo por todos los medios, sobre todo los pinchazos y los efectos secundarios.
Tengo muy grabado en mi mente todos los momentos que pasé en aquella habitación, buenos y malos, mas bien malos que buenos, pero como todo, siempre hay alguna experiencia positiva dentro de las circunstancias negativas. En esa habitación te das cuenta de lo que es el sufrimiento en estado puro, aunque intentes disimular y poner buena cara, te das cuenta de lo que sufre la gente que está enferma y ver el sufrimiento ajeno y el tuyo propio es difícil de asimilar. Aunque gracias a Dios, tuve fuerzas para sobreponerme a las circunstancias y poder superar todos los ciclos de quimioterapia bastante bien.
Lo peor de recibir este tipo de tratamiento es que suele ser más doloroso e insufrible los efectos que te produce el tratamiento que la propia enfermedad en sí. Me explico:--está claro que el cáncer lo que produce es una destrucción del cuerpo y por defecto la muerte en la mayoría de los casos que no se tratan, o se descubren muy avanzados, pero si por algo el cáncer es peligroso, es porque hasta que no está muy desarrollado, no produce casi ningún síntoma fuerte, por eso se dice que es una enfermedad silenciosa. Sin embargo, los medicamentos con los que se trata el cáncer son muy tóxicos para el cuerpo, por la tanto le producen infinidad de efectos, como vómitos, diarreas, alopecia, etc., ya que atacan la base misma de la vida, que es las células y su crecimiento--.
La primera vez que fui a ponerme el tratamiento fue la más dura. Aun recuerdo las miradas de las personas que, como yo, iban a ponerse la quimio o estaban sentados en los sillones con una aguja en el cuerpo y recibiendo el tratamiento. Vi por primera vez el sufrimiento al que nos exponían (todo en nuestro beneficio) y entonces me di cuenta de que ,en este mundo ninguna pérdida tiene tanta importancia como la pérdida de la salud.
Nadie le da importancia a lo que tiene hasta que lo pierde; de esa verdad me di cuenta después de administrarme el primer tratamiento. Fue algo infernal, me metieron lo menos unos 4 litros de medicación, entre sueros para limpiar la vena y sueros con medicación en su interior.
A las pocas horas de administrármelo empezaron los síntomas; molestias muy fuertes en el estómago, unas nauseas terribles que no se paraban con nada, una debilidad extrema, resumiendo, esta medicación te dejaba tirado, como si fueras un anciano de 90 años y enfermo; pero todo era por mi bien.

El tratamiento se prolongaba durante una semana por ciclo, cada tres semanas un ciclo, cuando tocaba era una semana realmente infernal, pero aun tenía fuerzas para levantarme cada mañana, coger el autobús e ir al hospital, ya que mi fuerza de voluntad me obligaba a valerme por mí mismo. Tenía ayuda de amigos, que a veces me llevaban, por supuesto de mis padres, pero yo quería valerme por mí mismo, y como sabía que todos tenían su trabajo y estaban liados, no quería molestarlos, y tampoco pedía el servicio de ambulancias, ya que me veía capacitado para arreglármelas solo.
Mi tratamiento se prolongó durante 7 meses, 7 meses en los que mi cabeza no dejaba de dar vueltas. Lo peor de todo esto es que, entre el tratamiento—que te dejaba para el arrastre—y la incertidumbre de saber si esto se acabaría algún día, en todo este periodo mi vida fue un completo infierno. Pero ahora doy gracias a Dios por haberme dado tanta fuerza y valentía, y sobre todo entereza, entereza para no derrumbarme, y aunque pasé momentos realmente horribles, con el pensamiento de mi muerte rondando en la cabeza, Dios me hizo ver la luz al final de un largo túnel, e hizo que mi vida diera un giro de 180º para mejor.
Después de todos los dolores que pase, pinchazos, vómitos, etc., he aprendido a valorar mi vida como nunca. A los problemas les doy la importancia que se merecen, ni más ni menos, sin agobiarme por ninguno, y calculando que todo en esta vida puede tener solución si la buscamos con tranquilidad, que lo único que no se puede remediar es la muerte.
Tuve que ponerme 7 ciclos de quimioterapia, los resultados de los análisis periódicos eran buenos, pero en el último T.A.C que me realizaron descubrieron que el tumor que estaba en los ganglios linfáticos no se había reducido del todo. El médico me dijo que quería ver que era aquello, por lo tanto tenía que operarme.
Aquello fue un nuevo mazazo en mi ya de por sí maltrecha moral, porque aunque siempre los resultados me daban buenas noticias, yo seguía pensando que iba a pasarme algo muy malo, y eso minaba toda mi integridad física y psíquica.
El oncólogo me dijo que era una operación complicada, que tenía sus riesgos, pero que fuera tranquilo, ya que estaba en manos de auténticos profesionales que sabían lo que tenían entre manos. Gracias a Dios, tuvieron razón en todo.
Me operaron en Miércoles Santo. Alrededor de las 12:00 de la mañana vinieron los celadores a buscarme para la operación; ya me habían rasurado todo el pecho y las ingles.
Entré en la zona de quirófanos con un sentimiento mitad temor, mitad indiferencia; ya había vivido una operación, pero como esta era de mayor envergadura estaba bastante atemorizado. Habían varios pacientes en espera de entrar al quirófano. Una mujer se me acercó y me dijo que era voluntaria, se encargaba de tranquilizar a los pacientes que iban a entrar a quirófano; me dijo que no me preocupara, porque estaba rodeado de profesionales y que no iba a tener ningún problema—gracias a Dios en eso tuvo razón, por lo menos conmigo—y que estuviera tranquilo.
Había una chica de aproximadamente mi edad (unos 23 años) que estaba que se iba de la sala de prequirófano, estaba nerviosísima, y no sabía que hacer.
La mujer voluntaria estuvo hablándole para tranquilizarla, y de paso también nos tranquilizaba al resto, intentando evadir nuestra preocupación con comentarios y bromitas.
El quirófano era una sala grande, muy iluminada por unas bovedillas de cristal translúcido que dejaba entrar una luz inmensa. En el centro había una camilla de metal, color verde, al lado de esta había una aparato gigantesco lleno de pantallas, donde se registraban los ritmos cardíacos y cerebrales, la respiración, etc. La máquina tenía un brazo articulado con un foco de cristal que tenía varias bombillas halógenas en su interior.
Me acostaron en la camilla, y extendieron mis brazos en forma de cruz—como a Jesucristo—y empezaron a pincharme para encontrarme la vena, cosa que no consiguieron hasta pasado una media hora, ¡media hora de continuos pinchazos!; y como yo estaba despierto—ya que tenían que encontrarme la vena para poder suministrarme la anestesia—me enteré de todo hasta que lograron introducir el catéter en la vena y dormirme con la anestesia.
No me acuerdo de todo lo que pasé en el quirófano, ya que estuve la mayoría del tiempo dormido. Pero lo que si recuerdo es el horrible despertar que tuve.
Me desperté en el quirófano, viendo como los médicos estaban quitándome un tubo de mi tráquea; la sensación de ahogo era terrible, creía que me iba a morir. Sentía dolor en el vientre, y un mareo o colocón por la anestesia que no me dejaba ver bien, ni oír, ni hacer nada de nada.
Me llevaron a reanimación, a la sala de Despertares. Estuve en una habitación con miles de cables en mi cuerpo, un brazalete en el brazo que se hinchaba y deshinchaba cada 5 minutos—creo que era para tomarme la tensión—y una mascarilla de oxígeno en mi cara para poder respirar.
Transcurridas unas dos o tres horas me trasladaron a mi habitación, cuando llegué estaban mis padres y mi novia esperando. Me alegré de verlos, pero estaba groggy y no podía decir ni hacer nada. Solo se que sentía un dolor bastante fuerte en el vientre, cosa lógica porque llevaba una herida de unos 50 centímetros, o sea, que me habían abierto en canal.
Toda la recuperación y postoperatorio transcurrió en Semana Santa, como bien sabido es, es una semana de pasión. ¡Para semana de pasión la que pasé yo en el hospital.!
Para tirar la anestesia tuvieron que ponerme una sonda en las vías urinarias—en mi caso, por ser hombre, lógicamente en el pene—y luego tuvieron que colocarme una sonda nasogástrica para que no se me acumulara la bilis en el estómago.
A causa de la operación, el aparato digestivo se me paralizó, provocando una acumulación de jugos gástricos, bilis, etc., que me hizo vomitar bastantes veces, y claro, con los puntos que llevaba y la hinchazón del vientre fue un auténtico suplicio.
Estuve cinco días a base de sueros, sin comer absolutamente nada, pero gracias a Dios me recuperé y poco a poco pude comer. Primero me daban zumos y leche, así estuve un par de días, y luego empecé a comer sólidos.
Lo pasé bastante mal, sobre todo por las molestias de las sondas, eran insoportables, pero no tenía mas remedio que aceptar las circunstancias y resignarme; me doliera o molestara, debía hacer caso a los médicos y jorobarme.
Gracias a Dios, mi novia estuvo siempre a mi lado para apoyarme, gracias al cariño que me dio y me sigue dando (espero que para siempre), ella se portó como la mejor de las enfermeras, me lavó, me ayudaba a incorporarme, y me atendía, al igual que mi madre. Quiero darle las gracias por lo que hizo por mí, tanto a ella como a mi madre, sino las hubiera pasado canutas.
En los días que pasé en el hospital me pasaron muchas cosas. Cuando estás en estos lugares es cuando te das cuenta de lo que es el sufrimiento humano, y que la vida no es como nos la pinta la televisión. Cuando estamos bien, no nos damos cuenta de los que lo pasan mal, porque solo vemos a la gente que se divierte, que ríe, que está de puta madre. Pero en realidad, hay otro mundo detrás de lo que vemos en la sociedad, y es el mundo del sufrimiento, por todo tipo de causas, desde la pobreza hasta la pérdida de la salud, en muchos casos injusta, en otros, merecida.
El día que ingresé, me pusieron en una habitación con una persona mayor, era una anciano que apenas podía hablar, estaba ingresado porque tenían que ponerle un catéter para realizarle la diálisis. Según nos contó su hija, llevaba 16 años en diálisis, y sus venas no aguantaban más. El pobre estaba echo casi un vegetal, no se valía apenas para nada, y apenas comprendía lo que le decían. La verdad es que yo no quisiera llegar a la edad que él tenía y tener que estar así, antes prefiero morir.
A mi vecino de habitación le dieron el pasaporte a los dos días de haberme operado, entonces estuve dos días con la habitación para mí solo. Esos dos días fueron los peores de toda mi estancia, porque fue cuando empecé a vomitar, y encontrarme fatal. Para postres había en la habitación contigua un abuelo que tenía cáncer de próstata en fase terminal, estaba a punto de morir y sufría unos terribles dolores, dolores que ni la morfina podía mitigar. Recé a Dios para que no le dejara sufrir, para que se lo llevara lo mas pronto posible y no sintiera más dolor. Tardó dos días en morir; murió al mediodía, pero me estremecí pensando lo que habría padecido ese hombre, que por mucho mal que hubiera hecho en la vida, no se merecía esa muerte tan horrible. Pero yo confío en que Dios le recompensará en la otra vida, con una segunda existencia mil millones de veces mas placentera que esta.
Después de haberse ido mi primer compañero de habitación , entró otro; era una persona joven, tendría unos 33 años, y era de raza gitana. Era una persona estupenda, educada y muy amable. El único inconveniente que tuve con él y su familia fue que allí en la habitación siempre eran ciento y la madre.
En el aspecto de reconfortar a los enfermos, los gitanos lo tienen muy claro, para ellos cuando una persona está enferma, lo primero que hay que hacer para ayudarlo es visitarle, y cuanto más frecuentemente, mejor. Ellos no piensan que los enfermos necesitan tranquilidad, y sus costumbres—tan arraigadas en este pueblo—les hacen actuar de esta forma.
Para los que nos molesta el gentío, es una putada, pero hay que resignarse, porque discutir con ellos, la mayoría de veces es meterse en líos, por lo tanto no vale la pena. Pero las autoridades deberían de controlar mas el tema de las visitas en los hospitales.
Yo no tengo nada en contra del pueblo gitano, al contrario, los que son buena gente, para mi son tan respetables como cualquiera, pero por desgracia siempre hay ovejas negras que, por pocos que sean, dan una imagen nefasta de un pueblo que, en su mayoría, es bueno. Porque está claro que también bastantes payos son de pelar.
De todas formas, la convivencia con esta persona fue muy buena, nos hicimos amigos enseguida, me contó que estaba en tratamiento de diálisis desde hacía dos años, y que había ingresado por unos dolores en los riñones, provocados por unos quistes que sangraban.
El era muy creyente, pertenecía a la iglesia Evangélica, y siempre estaba leyendo la Biblia. Para él este libro era lo único que debía leer, lo creía a pie juntillas, y su vida se regía por las enseñanzas que contenía.
Tuve muchas conversaciones con él sobre Dios, e incluso llegué a leer pedazos de la Biblia que él me pedía. Siempre decía que rezaba por mí—y quiero comentar que yo también rezaba por él—y aunque teníamos visiones diferentes de nuestra religión, llegamos a entendernos muy bien.
Recibí la visita de todos mis amigos, en todo el tiempo que estuve en el hospital, vinieron cada día uno o dos. Eso es lo que más se agradece, pero hubo una visita que fue especial por lo que me ocurrió en ella.
Al sexto día de la operación, tenía la vena del catéter irritada por una flebitis, entonces por la noche vino la enfermera y me dijo que quería cambiar el catéter; me lo sacó pero luego no encontraba la vena para volver a ponérmelo—habían venido a visitarme una pareja amiga de Alicante, y estaban esperando a que me atendieran las enfermeras, para poder hablar conmigo—entonces llamó a uno compañera, y ahí estaban, a dos bandas, pinchándome por un lado y por el otro, y no había manera de encontrarme la vena. Después de unos veinte pinchazos desistieron, y fueron a hablar con el médico, para ver que hacían para ponerme la medicación. El médico les dijo que no me pusieran sueros y que me la dieran oral, pero que tenía que beber mucha agua para orinar todas las toxinas de la medicación.
Cuando acabaron de “torturarme” las enfermeras, vinieron unos sujetos muy peculiares a visitar a mi compañero de habitación, según me dijo era un sanador, y un pastor de su Iglesia, que venían a rezar por él, para que se curara.
Cuando acabaron con él se giraron hacia mí y me preguntaron:--¿quieres que recemos por ti?—y yo les dije:--claro, ¡toda ayuda es buena!.
El sanador me puso la mano en la frente, y en voz alta invocó a Jesucristo, mientras el pastor repetía unas palabras de plegaria; entonces en ese instante sentí como una corriente eléctrica que pasaba desde la mano del sanador hasta mis pies, y que me empezaba a sentir mejor. Fue algo increíble, nunca había sentido algo de tal magnitud, y por lo que me dijo mi amigo después, según él, Dios me había tocado, por medio del sanador.
No se si es Dios, o la fe, o nuestra energía la que provoca estas cosas, pero lo que si se es que los milagros existen, y todos podemos tener alguno en nuestra vida; opino que si estoy tan bien en estos momentos es gracias a este momento en que esa energía recorrió mi cuerpo, y no soy un fanático de la religión, pero lo que viví, fue real, porque lo sentí, y creo que Dios verdaderamente en ese momento me tocó.
La religión en todos los momentos de la historia ha sido siempre un tremendo problema para la humanidad, ha habido cientos de guerras por culpa de ella, miles de calamidades y sufrimientos infringidos por los fanatismos religiosos, pero también ha supuesto una gran ayuda, al consolar a la gente, por medio de la fe, la fe es beneficiosa, porque nos hace confiar en que hay algo que nos ayuda, y ese algo evita que nos sintamos desamparados. Ante un mundo hostil, el hombre, siempre ha buscado algo con lo que darle sentido a la vida, e inevitablemente pensó que tendría que haber algo que creara todo lo que veía alrededor, a ese algo lo llamó Dios, y cuando algo ocurría era porque Dios lo deseaba así.
Todas las religiones pretenden satisfacer las inquietudes espirituales de las personas. Todas pretenden explicar el por que de todo lo que existe a nuestro alrededor, todas creen que un Dios o Dioses crearon el mundo; tal vez tengan razón o no, pero lo que es cierto, es que tuvo que haber algo o alguien que creara todo el Universo, fuera lo que fuera nunca llegaremos a saberlo con certeza, pero tampoco sabemos la mayoría de los mortales como funciona un Compact Disc, y sin embargo no dejamos de beneficiarnos de su uso. Ahí es donde radica el verdadero uso de la religión, en usarla para nuestro beneficio, porque es cierto que la religión alivia la soledad y el desamparo, porque consuela y da una salida al que se siente encerrado por la vida.
Pienso que la fuerza que da la religión es producto de nuestra propia energía, pero es el pensamiento dirigido hacia un ser superior o creencia en algo superior la que actúa como un espejo, reflejando la energía en él y devolviéndola a nosotros de tal forma que, actuando como un foco, concentra dicha energía en cualquier aspecto que nos perjudique o queramos solucionar, ayudando muchísimo a solucionarlo.
No pretendamos saber el por que de los milagros o de la fe, sino que intentemos beneficiarnos de ellos, pienso que, como dice un proverbio italiano: “La felicidad es el arte de saber engañarse” debemos usar esa fuerza que nos da la religión, esté en lo cierto o no, para procurarnos la felicidad, y no calentarnos la cabeza en el por que de la existencia, opino que las respuestas llegarán en su día, mientras tanto, seamos felices.
Después de vivir una experiencia como la que tuve, todos los valores de la vida se trastocan. Cambias la manera de ver la vida, y te hace ser más agradecido por todo lo que tienes. Considero que la vida es un regalo—antes creía que era un fastidio—porque no nos damos cuenta, cuando estamos bien, de que por muy mal que nos vayan las cosas, siempre hay alguien que está peor que tú. Solo vemos a la gente que está bien, que vive estupendamente, que es feliz; sin mirar detrás de las apariencias, porque indagando un poco en la vida de cualquiera, siempre habrá alguna desgracia oculta en su pasado, sin dejar de pensar que puedes ver a una persona estupendamente por fuera, pero su vida puede ser un auténtico desastre.
Deberíamos ser más solidarios con las personas, y preocuparnos de nuestros prójimos, que aunque la vida nos reserve muchos problemas, siempre podemos tener un hueco en nuestro corazón para la gente que nos rodea, porque compartiendo con los demás nuestras preocupaciones es como podremos solucionarlas.
Después de haber pasado este mal trago, como he comentado anteriormente, es cuando al sentirme liberado de la enfermedad, encuentro la vida fascinante, porque realmente lo es, es fascinante ver a la gente, a los pájaros, a las montañas, el mar, los coches, todo. Me doy cuenta de como la vida es una especie de juego en el que estamos inmersos, y que tenemos que jugar, nos guste o no, para ganar o para perder, ya que cuando el juego acaba, empieza otro mejor.
Ahora que todo ha pasado, empiezo a preguntarme cosas sobre el futuro, la verdad es que no tengo nada claro lo que debo hacer con el resto de mi vida, lo que si que tengo claro es que no voy a volver a trabajar con el agobio y el estrés de antes; porque la manera de vivir que tenía antes de ocurrirme mi enfermedad era un infierno, un infierno en todos los sentidos.
Ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba respecto a la vida. Consideraba la vida como un suceder de días iguales, sin sentido, sin ilusión, esperando que viniera ese día en el que encontraría la felicidad. Estaba tan absorto por mi trabajo y por mis comidas de cabeza que no me daba cuenta que estaba destrozándome por dentro. Mi actitud negativa ante la vida hacía que no valorara lo que tenía, hacía que todo lo viera de color negro, sin ver salida a los problemas.
Pero gracias a Dios, he comprendido muchas cosas, cosas que anteriormente sabía, pero a las que no hacía ningún caso. Me he dado cuenta de que la vida es un regalo, un precioso regalo que Dios nos entrega para que hagamos lo que queramos con ella.
Tengo una teoría un poco tonta de porque existimos, del sentido de la vida. Opino que la vida que se nos entrega es como si fuera un diskette , en el que registramos todas nuestras vivencias, nuestros problemas, experiencias y creencias, para luego en la muerte insertarlo en ese inmenso ordenador que es Dios y almacenarlo en su disco duro, para que él luego formatee nuestro diskette y volvamos a llenarlo con información, lo que no llego a comprender es para que quiere toda esa información; pero esto es un tema un poco complicado en el que podríamos extendernos durante miles de páginas sin llegar nunca a una conclusión.
Creo que el futuro no debe ser una cosa que me preocupe en demasía, después de sentir que la muerte estaba cerca, el tiempo adquiere una importancia tremenda, porque me he dado cuenta de nuestra propia finitud como individuos, de que tarde o temprano llegaremos a morir. Por eso he decidido vivir los días como si fuera cada uno de ellos el último de mi vida, disfrutando de cada momento, y haciendo lo posible por vivir intensamente.

No hay comentarios: