domingo, 1 de julio de 2018

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS


¿Cómo podría describir en estos momentos lo que siento?. En mi espíritu hay una especie de mezcla entre la tristeza, la nostalgia, la apatía, la esperanza, la alegría y la pena, un conglomerado de sentimientos que no soy capaz de reconocer ni de separar, quizás esté en uno de esos momentos de la vida en los que te das cuenta que nada permanece, que nada es eterno y que la misma vida sigue una continuidad lineal, a veces bifurcada en sucesos inesperados pero que a su vez siguen esa misma línea que inexorablemente nos lleva al final.

Me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, de que la vida, cuando se está bien, pasa a una velocidad de vértigo, sin darnos apenas cuenta de los días, meses y años que se van tachando en el calendario.

La nostalgia invade a veces el pensamiento y me lleva a momentos lejanos en el tiempo, a la infancia, a lugares en los que sucedieron momentos que cuando realmente te das cuenta de lo maravillosos que fueron, y que nunca más vas a estar con esas personas y en esos mismos lugares, es entonces cuando la sensación de pérdida y de vacío se apodera de mi espíritu y quisiera llenarlo sintiendo lo mismo que sentí en aquellos momentos, pero tempus fugit, se escapa como el agua entre las manos, aunque siempre quedan los recuerdos, y con ellos podemos llenar ese vacío, aunque sea un poco.

Crecí en la España de los años 80 del siglo pasado, un tiempo que aunque tuvo sus momentos malos, como en todos los tiempos, fue una época que recuerdo con mucha luz, con alegría, con ilusión por el futuro, y sobre todo con una sensación que todos teníamos de estar seguros en nuestras calles, o por lo menos la ignorancia sobre lo que realmente pasaba nos hacía ser más confiados y menos precavidos ante el mal que acecha en la sociedad.

Los niños jugábamos en la calle, sin cámaras, casi sin policía, con muy pocos coches circulando en las mismas, y los vecinos nos conocíamos, confiábamos en las personas mayores y las respetábamos, nuestros padres eran más despreocupados porque la vida no parecía tan terrible como lo parece hoy en día, quizás fuera igual de peligrosa, pero no había tanta información, ni se sabía tanto como ahora, que se nos ha metido el miedo en el cuerpo por todo lo malo que vemos en Internet, en la televisión y en los medios.

Recuerdo las noches en la calle con mis abuelos, hasta las tantas, hablando con los vecinos, tomando el fresco, la gente que pasaba saludando y la tranquilidad, sobre todo la tranquilidad que había en aquellos años, benditos años de infancia!!!.

Me entristece ver ahora a mis hijos, y a todos los niños que no pueden salir solos a la calle, que los padres tenemos que estar con mil ojos vigilantes, por si acaso hay alguien que pretenda secuestrar a un niño, por si un coche los atropella, por si otro niño mayor les hace algo malo, etc, etc. 
Vivimos con el miedo infiltrado a propósito por esta sociedad, y hemos dejado de ser libres, y nuestros hijos pagan las consecuencias porque viven casi encerrados en casa, una por los horarios de trabajo tan espectaculares que tenemos, y otra porque ellos solos no pueden estar, y no queremos que estén.

Por lo tanto el mayor entretenimiento que encuentran son las nuevas tecnologías, las niñeras virtuales que les hacen poder relacionarse en Internet, pero perdiendo habilidades sociales en el mundo real, viendo constantemente vídeos en YouTube, y jugando a juegos absurdos que les adsorben la atención y las ganas de aprender, así como el hábito de la lectura.

Los padres tenemos que luchar contra este monstruo brutal que contamina las mentes de nuestros hijos, vigilando el contenido de lo que ven, intentando hacer que lean libros, que se dejen el mundo de los videojuegos y puedan jugar a otras cosas, que miren películas con valores, series, en fin, intentar educarlos para que sean buenas personas, y a ser posible que aprendan, por lo menos igual que lo hicimos nosotros, pero cuesta, pues la misma sociedad nos lleva a no tener tiempo para desempeñar esta tarea y esa misma sociedad, enfocada en el sistema que nos controla, capitalismo o como queramos llamarlo, al final vence y se infiltra sin remedio.

Quisiera poder hacer frente a estos nuevos retos de la mejor manera posible, pero a veces me siento impotente ante la ola que nos arrastra a hacer lo que todos hacen, y a pensar como todos piensas, a comprarnos las mismas cosas, endeudarnos en los mismo y vivir casi como robots programados para continuar siempre en el sistema, perpetuando lo  con nuestros hijos.

Y el tiempo va pasando, la vida sigue y cada vez todo se complica, nuestros hijos se hacen mayores y el futuro para ellos se les va oscureciendo, viendo un panorama tan complicado como el que existe en la actualidad, repleto de guerras, de miseria, de inmigración y sobre todo de miedo.

Por eso me siento como he comentado al principio, con esa mezcla de sentimientos encontrados, que no me dejan sentirme libre y que quisiera desechar para llenarme de la luz de los días por venir, que pueden ser maravillosos, pero que las nubes del futuro incierto no me dejan ver esa misma luz, que estar, seguro que está, habrá que luchar con todas nuestras fuerzas para que se disipen esas nubes negras que cubren nuestro futuro, y de mientras, vivir el presente, que en realidad, es lo único que tenemos, pues cuando llegue el futuro, será presente y el pasado, ya pasó.

Reflexión de un escritor un poco desmotivado, seguimos en el camino...

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