domingo, 7 de noviembre de 2021

BARRAQUEROS (Un recuerdo invernal)

 


 No se si será bueno escribir sobre el pasado, sobre tiempos en los que la nostalgia nos hace perdernos en sus intrincados recuerdos, no sé si recordar de esta manera puede llegar a curar heridas del alma que la vida nos va haciendo conforme se va gastando en su inexorable e imparable viaje hacia adelante en el tiempo. 

Soy de naturaleza nostálgica, lo reconozco, mucha gente piensa que es un error ser de esta manera, pues no hay que anclar el recuerdo en el pasado, pues así siempre nos parecerá mejor que el presente, aunque en cierta manera sea verdad que todo tiempo pasado ha sido mejor, según la cantidad de años y de vivencias.

He tenido la suerte de vivir en una época en la que mi país prosperó, en el que había paz y en el que la gente podía vivir más o menos bien con la fuerza de su trabajo, y nunca me ha faltado de nada, ni he pasado calamidades como nuestros abuelos y bisabuelos.

Recuerdo mi infancia con mucha luz, con mucha alegría, con sus problemas, por supuesto, pero veía a la gente más tranquila y feliz que en la actualidad, era una época dura, en donde se empezaba a progresar para modernizar el país, pero también era una época de libertad, aunque no lo pareciera, una época en la que la gente tenía ilusión y sobre todo una época en la que se pensaba en el futuro como algo brillante.

En la época actual toda esa ilusión se ha desvanecido, la gente ya no quiere pensar en el futuro porque simplemente creemos que ya no lo hay, se vive en el presente pero con el miedo a una futuro distópico en el que simple y llanamente vamos a sufrir por las consecuencias derivadas de nuestro modo de vida, y nadie lo para, nadie hace nada, solo palabras y palabras, pero los ricos cada vez más ricos, la producción industrial en progresivo crecimiento a pesar de los inconvenientes de la distópica pandemia que estamos padeciendo, y cuando se ven frenados como ha sido el caso de estos dos últimos años entonces todo se va al garete por dejar de producir, entrando en un bucle de crisis provocadas por ese crecimiento desmesurado que llevábamos anteriormente. 

Consumo, consumo, consumos, producción, producción, crecimiento ilimitado y sostenido y luego....el CRACK, y a eso vamos por querer mantener la maquinaria capitalista siempre a todo lo que da, y nuestro planeta muriendo, a estas alturas solo un milagro nos puede salvar ya, pues queda muy poco para llegar al punto de no retorno en el Calentamiento Global y el colapso del sistema planetario, vamos directos al abismo...

Pero no quiero hablar más de este tema, ya llevo varios post escritos sobre ello y no me gusta ser repetitivo.

Mi intención en estos momentos es escribir sobre algo agradable, algo que me haga recordar la vida de antes, la que añoro a pesar de lo mucho sufrido en ella, la que me gustaría rememorar para poder perderme un rato en esos recuerdos, aunque a veces las bofetadas de la realidad nos hace despertar de las ensoñaciones nostálgicas que nos dicen que hemos vivido y que estamos aquí gracias a esos recuerdos.

Cuando muchas veces miro el reloj y veo que son las cinco de la tarde,entre semana, trabajando, me pongo a pensar en mi interior_ahora mismo estaría saliendo del colegio, subiría a mi casa en donde me esperaría mi madre con el bocadillo de nocilla, me sentaría a comerlo viendo la tele, en donde pondrían el programa de Barrio Sésamo, y viendo las aventuras de Espinete, Don Pin Pon y los teleñecos acabaría de merendar, luego vería la serie de dibujos animados que hacían siempre detrás de este programa, entre ellas "Heidi"

"Las fabulas del bosque verde", "La aldea del Arce", Sherlock Holmes, y muchas, muchas más a lo largo de los años.

Después de ver todo esto si no tenía deberes salía a jugar con mis amigos en las tranquilas calles de mi barrio, o del barrio donde vivía mi abuela, pues casi siempre estaba allí.

Éramos felices en las calles, sin temores, sin que nuestros padres se preocuparan por si nos iban a secuestrar, o atropellar, ni siquiera pensaban en ello, como digo, eran otros tiempos, más ignorantes e inocentes, ahora todo se ha vuelto peor, o por lo menos lo parece pues estamos más sobreinformados que nunca, y más atemorizados, por supuesto.

En mis recuerdos siento el frío de las calles en invierno, el olor de la leña de las estufas saliendo por las chimeneas de las casas antiguas del barrio donde vivían mis abuelos, la luz tan entrañable, blanca y fría de las antiguas farolas de los años ochenta, que no dejaban distinguir bien las caras de la gente, pero que reconfortaban al viandante en las noches y madrugadas de la España de finales del siglo pasado.

Me encantaba pasear desde mi casa a casa de mi abuela, subir a la plaza de "El Calvario" y ver a la gente mayor tomando el sol y charlando, los niños como yo, jugando en aquella plaza y viendo el increíble espectáculo que siempre nos pasa desapercibido, aunque es algo maravilloso, de la puesta de sol entre las montañas de la Sierra de Crevillent.

Esos momentos de quietud antes del ocaso, los recuerdo como si en ese momento el mundo se parara a pensar, a reflexionar sobre el día pasado y con la visión de las puestas de sol rojizas, típicas de estas latitudes, llenar el alma de belleza y tranquilidad, propiciada por aquella época en la que el Mundo parecía un poco mejor que hoy en día, aunque no sea cierto, pero lo parecía.

Entre mis recuerdos de esas tardes-noche tan frías, hay uno en particular de ir a cazar pájaros con las manos y una linterna, pues en aquella época la conciencia ecológica no era algo que nos preocupara como chavales, pues nuestra sed de aventuras y de vivencias nos hacían experimentar toda clase de actividades, entre ellas la caza de pajarillos, sin ponernos a pensar el daño que estábamos haciendo con ello.

Existe aún la costumbre de cazar lo que aquí denominamos "Barraqueros", que son una especie de pájaro insectívoro que siempre viene de Europa a pasar el Invierno a mediados de Octubre, una especie de petirrojo, muy abundante en aquella época que tiene la costumbre de buscar refugio nocturno en los porches de los campos, en los techados de las casas y cualquier recoveco que encuentra para dormir calentito y a salvo de la escarcha nocturna.

Para ir a cazarlos se necesitaba una linterna y una bolsa para ponerla delante del pájaro que se conseguía ver cuando se escudriñaba los rincones de los porches de los campos, que en esta época del año suelen estar deshabitados porque los dueños pasan el invierno en el pueblo.

Íbamos por las partidas rurales buscando campos sin vallas en los que pudiéramos entrar al porche para enfocar el techo del mismo y ver si habían estos pájaros.

Cuando enfocábamos al pajarillo se quedaba paralizado por el fogonazo de luz, entonces rápidamente con la mano lo cogíamos y por si lograba escapar poníamos una bolsa delante para que se metiera dentro, con esta técnica siempre cazábamos de diez a veinte pájaros cada vez que íbamos, ahora me arrepiento del terrible daño ecológico que cometimos, pero como digo, era otra época y otra mentalidad que se nos ha ido moldeando con el tiempo.

Los pájaros que cazábamos eran principalmente para echarlos a la cazuela para comerlos fritos, llegué a comer unos cuantos, reconozco que estaban sabrosos, pero es un crimen hacer esto con estas aves tan beneficiosas para nuestros campos, pues se comen los mosquitos, las moscas y toda clase de insectos que se pueden convertir en plagas.

Se que hoy en día esta práctica está desapareciendo, pues la gente está tomando conciencia del valor de esta fauna, pero ahora desaparecen más por los pesticidas y la contaminación de todo tipo que tenemos en nuestros campos y ciudades, por eso cada vez hay menos, y estamos condenándoles a desaparecer, aparte de que sus hábitos de peregrinación están cambiando por el cambio climático, es muy preocupante.

A pesar de todo, este es un recuerdo de mi infancia que tenía olvidado y he querido plasmarlo por escrito para tener constancia de él y de paso, darlo a conocer para quien puede interesarle la cosas que escribo.

Escribo para entretenerme y para recordar, para crear mundos mentales en los que perderse un ratito y dejar la vorágine de la vida apartada mientras leemos estas pequeñas cosas que le dan sentido a la vida, mi vida y quizás también al posible lector de las mismas.


Como siempre, seguimos en el camino...