Antoine se vio lanzado por un túnel cuya luminosidad pasaba del blanco hacía el rojo, la luz cambiante del mismo le hacía ver todas las tonalidades en fracciones de segundo hasta que la luz se volvió de un rojo intenso y penetró en un espacio de blancura inmensa.
En ese momento se vio parado en un lugar sólido, la luz no le dejaba ver absolutamente nada, pero se frotó los ojos y enseguida le volvió la visión, reconocía el lugar en donde estaba ahora, la campiña de hierba luminosa, las pequeñas setas iridiscentes, el cielo violáceo, las montañas a lo lejos y en el horizonte el gran árbol que daba entrada a la Ciudad Elemental.
Se sorprendió de haber sido capaz de huir de aquellos seres Elementales Oscuros y atravesar las dimensiones hasta en donde se encontraba ahora, se sentía extraño porque no notaba cansancio ni dolor después de haber tenido el encuentro con aquel ser tan siniestro en la dimensión terrena, no tenía magulladuras, ni siquiera su ropa estaba sucia, no lograba entender esa situación, por lo visto en el plano semimaterial el cuerpo astral es el que rige, el material queda relegado a un segundo plano, aunque por lo visto él seguía siendo el mismo tanto en materia como en espíritu, algo le había sanado y limpiado, el cambio de dimensión le había sentado bien y le salvó, estaba agradecido a su madre y a sus guías, los cuales no conocía, pero ellos a él si, algún día vendrían las respuestas.
Caminó con paso firme a la velocidad elemental, como si fuera un gnomo, hasta llegar a la puerta del gran Roble gigantesco que guardaba la entrada a la Ciudad Elemental.
La inscripción que había en el tronco, escrito en rúnico, donde ponía "Bienvenidos Buena Gente" estaba tachado con una raja provocada por algún hacha u objeto cortante, el árbol ya no tenía la luminosidad que vio la primera vez que penetró en esta dimensión, parecía estar enfermo, las hojas se le iban cayendo, parecía muy enfermo.
Antoine recordaba que en aquel lugar se encontraron por primera vez con Gimmi, en aquel momento no les quiso decir su nombre, les dijo que se llamaba Tom, más adelante se le escaparía y ya le conocieron como Gimmi, también recordaba que con un conjuro, Gimmi hizo aparecer una puerta plateada entre nubarrones negros y rayos poderosos.
Ahora no había nada, solo se veía detrás del Roble, la campiña luminosa y las montañas a lo lejos, no tenía ni idea como podría penetrar en la Ciudad Elemental.
Recordó entonces las palabras de Gimmi cuando en aquel momento hizo aparecer la puerta plateada, entonces alzó los brazos y con voz profunda las pronunció en la soledad de aquel lugar, donde no había nadie.
-Gente Buena, señores de los elementos, tierra, aire, agua y fuego, permitirme entrar en vuestro reino, abrir las puertas de la Tierra Elemental, soy un elegido, ya vengo, recibirme si lo merezco-.
El silencio se hizo denso, parecía poder cortarse con un cuchillo, transcurrieron lo que le pareció unos segundos, el cielo violáceo comenzó a oscurecerse con nubarrones negros, rayos emergían de los mismos, uno de ellos impactó en el suelo, a unos metros del Gran Roble, con una explosión poderosa, un ruido ensordecedor y una luminosidad blanca que le cegó por completo.
Al despejarse el polvo y la luz proveniente del impacto de rayo, emergió la puerta plateada, pero esta vez no había luz en su interior, estaba oscura, tenebrosa.
Antoine tuvo miedo, tenía un mal presentimiento, se había salvado de los Elementales Oscuros en su dimensión, pero en está temía que hubiera pasado algo, no veía a ningún Elemental ni ningún movimiento, penetró en la oscuridad de la puerta y cuando la atravesó sus ojos no podían creer lo que veían.
La Ciudad Elemental aparecía arrasada, los árboles y bosque de los Gnomos estaban calcinados, se veían los ropajes de los mismos en las calles, no había cadáveres, solo restos de sus utensilios y sus gorros, chaquetas, pantalones y demás ropa quemada a jirones por todos lados.
El lago de las Ondinas estaba seco, no se veía ni rastro de ellas, era increíble, ni una gota de agua quedaba en aquel lugar, el "barrio" de las Salamandras parecía no haber sufrido daño, pero no se veía el ir y venir de estos seres, todo parecía muerto, el lugar donde se veían los remolinos de aire estaba quieto, nada se movía por allí, los Silfos habían desaparecido, ¡todo el mundo elemental había sucumbido!, algo terrible habría pasado, tenía que averiguar que era.
Recordó el Gran Árbol del Fauno, se dirigió corriendo con la velocidad que solo los elementales pueden tener, en poco tiempo estuvo allí.
Se paró delante de su tronco y con gran tristeza vió como había sido talado por una enorme sierra o rayo poderoso, las puertas que cerraban la cueva que había debajo de él estaban rotas, no se veía luz en su interior, ni nada, un olor penetrante salía de ella.
Frotó su medallón para infundirle luz, la gema que le regaló su madre iluminó la entrada de la Cueva del Árbol del Fauno, el olor penetrante se hizo más intenso, olía a podredumbre, recordaba el olor a naturaleza salvaje que había en aquella estancia la primera vez que entró.
Vio destruidas todas las obras de arte que el Fauno tenía, los cuadros destruidos, los atriles con los libros que habían en las paredes de la cueva ya no estaban, alguno estaba quemado en una esquina.
Unos metros más adelante estaba el despacho del Fauno, la puerta estaba destrozada, penetró en la estancia iluminando con su gema del desierto fundida con su tetragrámaton y el caos era increíble, detrás de la mesa donde les atendió el Fauno vio una sombra oscura que se escondía, unos ojos rojos le delataban, ¡era un Ser Sombra!, con rapidez iluminó la zona y aquel ser oscuro se elevó en la estancia y con una velocidad endiablada, flotando, salió por la puerta y desapareció, el olor a podrido disminuyó un poco; ¿qué hacía un Ser Sombra en el Reino Elemental!, Antoine se temía lo peor, una gran desgracia había ocurrido en esta dimensión, tenía que averiguar más y hacer algo, sus amigos le necesitaban, Josu, Xena, Tía Paua, Gimmi, incluso el Duende que encontró en el pueblo.
Se acercó a la enorme mesa escritorio de aquel despacho, iluminó debajo de ella y cual fue su sorpresa al ver completamente desvanecido a ¡El Fauno!, -¡Mi Señor!- dijo Antoine, intentando levantarle la cabeza mientras comprobaba si respiraba.
Tenía los ojos cerrados, quemaduras por todo el cuerpo, en las patas de macho cabrío, con el pelaje carbonizado, heridas en su torso y brazos, un cuerno roto y magulladuras en su rostro, pero comprobó que aún estaba vivo.
Intentó buscar algo con lo que recostarlo en el suelo, era enorme, con sus dos metros de altura y su gran corpulencia costaba de mover, pero lo acomodó y con su luz intentó buscar algo de agua en la estancia; la encontró en un jarrón que por alguna razón había permanecido intacto a pesar de lo que hubiera sucedido.
Le remojó la cara, le dio algún sorbo de agua y le intentó despertar, pero no respondía, estaba vivo pero inconsciente, no sabía como obrar ante esta situación en la actual dimensión elemental, intentó infundirle curación imponiéndole las manos y concentrando toda su intención en ello.
Una luz blanquecina apareció alrededor de las mismas, instintivamente las colocó en su pecho arqueándolas y poco y sin llegar a tocarlo, una unión de luz se las pegó al mismo, transcurridos unos minutos el Fauno empezó a jadear y en un movimiento brusco despertó, como un resorte se levantó y por la debilidad cayó de rodillas, estaba en shock.
Antoine siguió imponiendo las manos en su espalda, arrodillado el Fauno jadeaba, pero cada vez con menor intensidad, hasta que normalizó su respiración y sin mediar palabra se sentó en un rincón de la estancia apoyando su espalda contra la pared, sus pezuñas estaban también rotas como si hubieran sufrido golpes o hubieran sido usadas violentamente.
Antoine se acercó al Fauno y le volvió a ofrecer agua - Mi señor Fauno, ¿Se encuentra mejor?, ¿Puede hablar?- Aaaarghhh, carraspeó el Fauno, - ¡Antoine!- dijo con voz trémula y débil- querido amigo, ha sucedido algo terrible, Ujucc, ujuuc, aaarghhh, nuestro Reino está condenado a desaparecer, hemos sido atacados por una horda de Seres que no habíamos visto nunca, con una negatividad y oscuridad jamás sentida, ni mis poderes de Semi-Dios han podido contener tanta maldad-dijo el Fauno.
-Justo cuando os fuisteis de esta dimensión en busca de las Hadas, se empezó a notar una electricidad extraña en el aire de esta dimensión, mis sentidos mágicos se pusieron en alerta, algo malo iba a ocurrir; los Gnomos, junto con algún Silfo y Salamandras vinieron a verme porque notaban presencias extrañas en las calles de nuestra Ciudad Elemental, el cielo se oscureció sin haber nubes, la luz de los árboles empezó a menguar, el aire olía a ozono y los rayos antes blancos ahora caían de color más negro que la oscuridad, destruyendo todo lo que tocaban.
Una gran tormenta eléctrica precedió a la entrada de unos seres oscuros que nunca habían sido vistos por los Seres Elementales, junto con ellos iban otros de los cuales había oído hablar pero creía que estaban relegados a actuar en el Bajo Astral, eran Arcontes, vinieron por cientos, majestuosos con sus tremendas y aterradoras armaduras, luego varios Hombres del Sombrero les adelantaron para penetrar en la ciudad, junto con sus esbirros sombra, todo lo que tocaban quedaba carbonizado, nuestros poderes elementales no podían hacer nada contra ellos, campaban a sus anchas destruyendo todo lo natural de este lugar, miles de gnomos, ondinas, silfos y salamandras huyeron a vuestra dimensión, otros cientos sucumbieron a su oscuridad, desapareciendo para siempre.
Aquellos que huyeron se fueron en busca del refugio de las hadas, los otros intentaron combatir con magia a los Arcontes y los Seres Sombra, parecían retenerlos un poco, pero detrás de ellos estaban aquellos desconocidos, los Seres Elementales Oscuros, dijeron llamarse, ¡Seres Increados!, adimensionales, con su energía de antimateria lo arrasaban todo y nos hacían sucumbir a su extraordinario poder negativo, nos tocaban y desaparecía nuestra energía, y nuestro ser, arrasaron la Ciudad en solo unos pocos minutos.
Unos cuantos Hombres del Sombrero entraron en mi Gran Roble, penetraron en la cueva, totalmente desprotegida por mis guardianes Gnomos, habían desaparecido al toque de uno de estos Seres que tenía cristales clavados a su cuerpo, con luz verdosa.
Este ser se acercó a mí y me dijo: -Ahora vuestra dimensión es nuestra, vais a desaparecer, tu ya no pintas nada en esta realidad, Fauno infecto, ¡tu olor a cabra no se volverá a sentir!, ¡muere maldito híbrido!, con un rayo de sus ojos dirigido a mis pezuñas me hizo caer y con una gran energía noté como me quemaba, solo recuerdo que desfallecí y que tú me has despertado, ¡Gracias Antoine!, estamos ante el peligro más grande que acecha a este Mundo y al tuyo, debemos intentar hacer algo por salvar a los míos y los tuyos, ha empezado la Entropía Elemental que tanto nos auguraban-.
Antoine estaba sorprendido y apenado por las palabras del Fauno, le dijo: -Mi Señor, conozco a estos seres, me he enfrentado a ellos en mi mundo, mis amigos también peligran allí, me pude librar de ellos saltando a esta dimensión, casi sin saber que podía, mi madre me ayudo gracias a su gema, un Duende me devolvió el medallón que la contenía, quizás fue un milagro el poder recuperarla o una causalidad, pero gracias a él pude aprender a dar el salto dimensional, dígame que puedo hacer para ayudar, estamos todos en peligro-.
El Fauno se incorporó con esfuerzo y con gran pena le dijo a Antoine: -Querido mago, me apena decirte que he perdido tu preciado libro, en él escribí todos los secretos que te quería confiar, aparte de lo escrito por Paracelso, pero ha desaparecido de este lugar, probablemente lo hayan cogido los Seres Sombra, ahí hay fórmulas alquímicas y mágicas que mal usadas pueden destruir todo lo conocido-.
-No nos preocupemos ahora por eso, Fauno, debemos intentar salir de aquí y ver si hay más Elementales que nos puedan ayudar, por lo visto estos seres se han trasladado a la dimensión de Gaia, a la nuestra y ella está en peligro, debemos encontrar a los supervivientes elementales e ir a mi mundo a luchar contra estos seres Elementales Oscuros y todos sus secuaces, aquí han arrasado, allí lo están haciendo y si sucumbimos todo habrá acabado para Gaia-.
Con gran esfuerzo agarró al Fauno y los dos salieron de aquella cueva, tropezando con los escombros de las obras de arte, los cuadros y libros que con gran pena miraban tirados, quemados y destrozados por el suelo.
Salieron al exterior y la desolación que contemplaron era máxima, los árboles de lo Gnomos iban cayendo por la podredumbre y la ceniza, el lago de las Ondinas era un desierto, los volcanes de las Salamandras echaban humo negro que cubría la atmósfera de aquel lugar y el lugar de los Silfos era un hueco silencioso.
El Fauno cogió una rama de un metro y medio que estaba recta y la usó de bastón, apoyándose en Antoine iniciaron la marcha para buscar supervivientes, Antoine pensó en ir a Casa de Gimmi, en el Roble Negro que había lejano en la otra punta de este barrio, allí se dirigieron, era vital saber se seguía vivo nuestro amigo Gnomo, era un médico muy preciado y Fauno lo necesitaba.
Continurá....