domingo, 29 de enero de 2023

LEJANA INFANCIA TRANQUILA

 


 Quisiera sumergirme en mis recuerdos, en tiempos ya lejanos de mi infancia, en tiempos en los que la vida transcurría de otra forma, más lenta, más relajada, sin prisas, sin agobios, sin tristezas aparentes.

En aquellos inviernos grises, de lluvias abundantes, de frío intenso ya desde el mes de noviembre, de paseos por las calles de mi barrio sintiéndolo, oliendo el agradable olor de la leña de las chimeneas de los vecinos del mismo, mirando el cielo casi sin contaminación lumínica en el que las farolas nos permitían ver las estrellas, tan escasas en estos tiempos en los que las luces de nuestra civilización moderna ya no nos dejan verlas.

El tiempo transcurría lento, la gente vivía con menos prisas, el estrés era algo que iba calando ya poco a poco, pero ni mucho menos como en la actualidad, a la gente se le veía más calmada, relajada y con más ilusión, ya que pensaban en el futuro como algo brillante, nada comparable como hoy en día, que se ve muy oscuro, por no decir negro.

Los niños solo disponíamos de nuestra imaginación y aunque contaminados por la televisión, nos inventábamos mundos, historias, jugábamos con esa poderosa herramienta que la creación nos ha dado que es la mente.

Éramos felices con muy poca cosa, pero teníamos la libertad, podíamos salir a la calle sin restricciones, podíamos jugar con otros niños casi sin temor en las calles.

La gente parecía más amable y más humana, habían otros valores que poco a poco se han ido perdiendo con la "modernidad", pues los niños respetábamos bastante los consejos y los regaños de los mayores, no como ahora que la autoridad de los mismos se ha perdido con las nuevas generaciones, no sé si para bien o para mal, pero en mi opinión para peor.

Siempre he sido un niño muy solitario, he tenido amigos contados con las manos, pues no era de relacionarme con muchos niños o compañeros, recuerdo estar en el patio del colegio siempre sumergido en mis pensamientos y mis ilusiones, generando historias en mi cabeza que luego quería plasmarlas en mis juegos, pero no solía compartirlas, a lo mejor con alguien que se parecía a mí en la forma de ser, siempre había alguien, pero costaba encontrarlo.

En el colegio siempre he sido un poco marginal, pues era gordito y se metían conmigo por eso, pero la verdad es que a mi me daba igual, ignoraba a la gente que lo hacía y me refugiaba en mi interior, con mis historias, mis tebeos, mis libros, pues yo desde muy pequeño devoraba los tebeos que mis padres tenían de cuando eran niños, también los que me compraban, los libros de aventuras que cogía de la biblioteca y como solo teníamos esta distracción, aparte de la televisión, aprendimos a leer ávidamente.

Siempre iba a casa de mi abuela en la que tenía un cuarto en el que guardaba todas mis revistas de Don Miki, pues las coleccionaba, entre otras muchas revistas de misterio de mi padre, en donde empecé a adentrarme en el mundillo de los Ovnis, fantasmas y demás fenómenos paranormales, ya desde una edad temprana, quizás los doce o trece años.

Aquel era mi "paraíso", allí me encontraba a gusto, sin distracciones, sin temores, sin agobios, era donde yo estaba tranquilo leyendo durante horas y horas, allí afiancé mi amor por la lectura y por el aprendizaje, y me di cuenta que la mejor forma de viajar es con la mente, mediante la misma.

Era tan sencilla la forma de vivir de nuestras infancias que parece que hayamos vivido en otro mundo muy distinto al nuestro de hoy en día. 

Supongo que la nostalgia nos hace dulcificar los recuerdos, pero es que aunque tengo algunos malos, como la muerte de mis abuelos, de mi tío, mi tía abuela y de problemas familiares varios, como todo hijo de vecino, puedo afirmar que he tenido una buena infancia.

Me subía todas las noches al tejado de la cueva de casa de mi abuela, a ver las estrellas, era un panorama precioso, pues las farolas blancas de entonces, hace casi treinta ocho años aún dejaban ver una buena cantidad de los luceros del cielo nocturno, como he nombrado al principio de este escrito.

Mi fantasía volaba a otros mundos al contemplarlas, influenciado por las películas de Ciencia ficción, de las series de televisión, de los comics y libros que leía.

El Mundo que conocimos los de mi generación, quizás la última que tuvimos infancia sin apenas tecnología, era tan distinto al de ahora que podemos considerarnos afortunados por ser la que hemos servido de nexo de unión entre el pasado y el futuro, aunque el futuro incierto que tenemos a las puertas pueda ser una distopía terrible si no sabemos gestionar la tecnología de control que tenemos ya instalada en nuestras vidas y que la están ocupando completamente.

Nuestros hijos están hiperconectados, hiperestimulados por esta Internet de las cosas que nos han obligado a adquirir, pues ya es necesaria para poder existir como ciudadanos, no es posible vivir bien sin ella, además de ser prácticamente nuestra forma de ocio, pues todo gira alrededor de ella, no sé si para bien o para mal.

Yo daría lo que fuera por volver a pensar como lo hacía antes de tener internet y el smartphone, en los que me refugiaba en mi mundo interior y pensaba mil cosas propias, solo influenciado por la literatura, el cine y los cómics.

Un pensamiento reposado, tranquilo, desarrollado, no como ahora que todo va tan rápido, y en donde el nivel de atención a bajado tanto que según estudios, nuestros jóvenes no pueden estar atentos a una cosa más de sesenta y cinco segundos seguidos, es terrible, la atención se dispersa y la hiperestimulación de información nos satura y nos hace aprender cada vez menos, pues el Dios Google nos lo dice y nos informa de todo, por lo tanto nos volvemos gandules y menos inteligentes, no retenemos información, solo la usamos y la olvidamos, igual que los robots, por lo tanto se pierde el criterio y el raciocinio, por ende el ser humano libre de pensamiento, controlado y monitorizado por esta invasora tecnología.

Son reflexiones que me vienen a la cabeza cuando me doy cuenta de la cantidad de tiempo que pierdo mirando los minivídeos de las redes sociales, sin sentido, cada uno de lo que sea y no centro mi atención en otras cosas más edificantes, como antes, como cuando era niño, estar horas y horas leyendo un mismo libro o cómic, antes lo hacíamos, por qué no volver a ello, reivindico la vuelta a la no tecnología, a ser más conscientes de nuestras acciones y volver a sentir la serenidad de la lentitud y asimilación del conocimiento, ya una utopía imposible.

Debemos cambiar nuestros valores y hábitos para que la tecnología no nos absorba completamente, recuperar nuestros hábitos de cuando éramos niños y desconectar de la red, la web, la tela de araña que nos atrapa y nos devora lentamente.

Seguimos en el camino...

 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Así es, amigo mío. Como bien dice mi hija, que con solo 9 años asiente a estas reflexiones tuyas que acabo de leerle. Pues un ejemplo de lo que acabas de escribir es ella misma. Ordenador, tele, móvil, son su diversión diaria en sus ratos libres y poco más. Por suerte, ella aún tiene algo de imaginación, y a pesar de que salimos poco de casa, suele inventarse juegos y dibuja bastante, leer muy poco, pero no puede llegar a entender lo que nosotros disfrutábamos ni por asomo. Otra cosa somos nosotros mismos, que nos hemos adaptado a las nuevas tecnologías como un mal virus a una célula.
Yo por mi parte, he conseguido, de momento, apartar de mi ese cáliz, el del Facebook, y ya llevo varias semanas sin abrirlo, y sin ayuda de facebucolicos anónimos.
¡ Todo un logro! Ya veremos lo que duro.

Verónica Sandel dijo...

No somos conscientes de lo que hemos perdido, avanzamos en ciencia y tecnología, pero perdemos la conexión con nuestro ser, con el sentir, con el disfrutar de las pequeñas cosas.
Tenemos demasiado ruido mental y no somos capaces de ver la vida, de ver si esencia si no es a través de una pantalla.
Deberíamos recapacitar, pero solo unos pocos lo harán.
Un abrazo