domingo, 30 de septiembre de 2018

RECORDAR TAMBIÉN ES VIVIR



Hay días en que los recuerdos reviven intensamente en el interior del espíritu, dicen que la nostalgia no es buena pero muchas veces echar la vista atrás, volver a rememorar aquellos días en los que la vida era distinta es algo conmovedor, incluso a veces también curativo, un bálsamo para el alma.

El saber que hemos vivido tanto, tantas cosas, tantas experiencias, tantas puestas de sol, amaneceres, sonrisas, músicas, fiestas, rostros, días de felicidad, a pesar de los días de tristeza y de las malas experiencias, pero parece que al alma solo le interesan realmente los días y los momentos felices, lo malo con el tiempo lo va desdibujando, lo va empequeñeciendo y poco a poco, lo hace translúcido y al final, salvo alguna excepción, los momentos felices se ven a través de lo translúcido de los momentos no tan felices.

Recordar nos hace humanos, como en aquella película de Ridley Scott, Blade Runner, en los que implantaban recuerdos falsos a los humanos sintéticos para que no perdieran el juicio y pudieran actuar como personas en sus breves vidas artificiales. 

Tan importantes son los recuerdos y mucho más ejercitar el acceso a ellos en nuestra memoria, pues no hay nada más terrible que se nos borren todos los momentos de nuestra vida y lleguemos a ser vegetales postrados en un sillón con la mente en blanco, como por desgracia sufren muchos ancianos por el Alzheimer.

Recordar es volver a vivir y nuestros recuerdos en cierta manera son nuestro hogar, nuestra casa interior, en donde podemos optar por amueblarla y decorarla con mimo y amor, entonces seremos felices, y nos gustará morar allí durante horas, si la decoramos con odio y desorden, moraremos en la locura y la depresión.

Pero para recordar primero tenemos que vivir y eso es lo realmente difícil, procurar tener en la vida un orden y el suficiente valor para enfrentarnos a todo y poder salir lo más airoso posible de las distintas situaciones en las que nos pone la vida, y aprender de ello.

Últimamente me asalta a la memoria un recuerdo muy vívido de mi niñez, en él estoy en el Campo de mis tíos, en la carretera de la Romana, en donde he vivido tantos y tantos momentos de felicidad en mi infancia y adolescencia, pues aprendí a nadar en su piscina, toda la vida hemos ido los fines de semana allí, a pasar las mañanas de los domingos, y ahora, por desgracia, mis tíos se han hecho mayores y ya nadie va a cuidar el terreno y la casa, por lo tanto se ha puesto en venta, una verdadera lástima, porque es un sitio maravilloso, entre la sierra y el altiplano de la cara norte de la sierra de Crevillente.

El recuerdo está situado detrás de la casa de campo, en donde había una higuera verdal en la que yo cogía higos para comérmelos, pues su sabor era dulcísimo y me encantaba hacerlo cuando salían en verano. 

Recuerdo lo fría que estaba el agua de su piscina, los rosales que plantó alrededor de la misma, con rosas rojas, blancas y amarillas, los gatos que criaban detrás de la casa, por la que pasaba una acequia en donde siempre estaban acostados, las jaulas de jilgueros que tenían allí colgados, los columpios que tenían en la parte delantera de la casa, ya roídos y oxidados, colgados con dos cadenas de hierro y dos ruedas de coche traspasadas y sujetas por tornillos enroscados.

 Allí me pasaba las horas muertas columpiándome y observando el inmenso sauce llorón que había a la entrada de la cocina de la casa, un sauce llorón que impresionaba por su altura, tenía unos ocho metros y era inmenso, pero se tuvo que talar porque absorbía el agua del pozo y las raíces penetraban por las cañerías, la verdad es que me dio pena que lo hicieran, pero fue por el bien de la casa y el pozo.

Me gustaría volver a sentir la luz de aquellos días de infancia, la alegría de mis padres, de mis tíos, de mis primos, los juegos, las cenas, las comidas, las risas y conversaciones que en aquel bendito lugar se sucedieron a lo largo de los años, pero como todo en la vida, se acaba, todo se desvanece en la inmensidad temporal y lineal que es la vida, y mientras estamos aquí, en este mundo, solo permanecen los recuerdos, y aún así, hasta nos los pueden arrebatar, por eso creo que es importante poner las cosas por escrito, ya no solo para que las recuerde uno mismo, sino para que alguien cuando lo lea se sienta conmovido, inspirado, divertido, o simplemente bien y recuerde a través de lo que contamos en nuestros diarios, escritos, blogs o libros, pienso que es importante transmitir todo lo que vivimos, a alguien le gustará y sacará provecho de nuestras historias personales o de nuestras vivencias contadas al público.

Escribir nuestros recuerdos también es plasmar la vida en el papel, o en cualquier soporte, pero nos permite rememorar cosas que con el tiempo olvidaremos y eso es maravilloso.

Seguimos en el camino...recordando.



1 comentario:

Javier Fuentes Asensio dijo...

Ay, Juanma! que feliz se es de niño, cuando la única preocupacion es tener que volver a casa sin haber jugado lo suficiente. Y sí, hay que plasmar los recuerdos en un papel, pues la memoria es frágil y olvidamos pronto.