Siempre he intentado rebobinar mis recuerdos hasta el principio de los mismos y la verdad es que solo he podido llegar hasta una edad quizás temprana para tenerlos conscientes, pero mi recuerdo es traumático, tal vez por eso lo tengo grabado a fuego en mi archivo de memoria cerebral.
Mi primer recuerdo consciente consiste en ir en un taca taca de color azul que me ponían mis padres, ir por el pasillo de la cocina de casa de mi abuela paterna, dirigirme hacia una puerta que daba a un pequeño patio de luces que conectaba con una escalera al tejado de la vivienda, ir deprisa y de repente caer por el bordillo de esa puerta y Paf!, verlo todo negro y dolor, mucho dolor en la cara, quizás mi primer golpe fuerte en la vida, grabado ya para siempre. Tendría dos años como mucho.
Ese es mi primer recuerdo, un poco simbólico de lo que en realidad es la vida, momentos de dolor, empezar desde bien pequeño a saber que el Mundo no es solo la calidez de la madre y de los mimos, sino que también tiene su parte mala y se empieza a experimentar con estas cosas, luego muchísimas más y peores, pero con el tiempo.
Es extraño echar la vista atrás y empezar a recordar los acontecimientos de tu vida y darte cuenta de que en realidad es muy larga pero a la vez muy corta, pues puedes enumerar casi todos los recuerdos clave de tu vida en unos pocos segundos conscientemente.
En este post me gustaría plasmar recuerdos de mi niñez, que tengo escondidos en mi interior y quiero ponerlos escritos para que no los olvide y a la vez hacer un pequeño ejercicio de retrospectiva vital para no olvidar quien soy y lo que me ha llevado hasta este momento presente.
Aleatoriamente me vienen a la mente olores, sabores, sonidos, imágenes de aquellos tiempos entre los últimos años de los setenta y la década de los ochenta del siglo pasado.
Soy afortunado porque he tenido una infancia feliz, quizás el paso del tiempo la haya dulcificado un poco, pero he tenido unos padres que me han cuidado, que me lo han dado todo, conocí a casi todos mis abuelos, se me dio la oportunidad de vivir una infancia en la calle, con mis amigos, con libertad, sin miedo, respirar aire puro y libre, tener juguetes inolvidables que me compraban mi abuela paterna, mis tíos, mis padres, ver series en la televisión que nos educaban en valores y aprender en la escuela de una forma que los niños de hoy en día no pueden ni soñar, no estábamos contaminados por la tecnología y solo conocíamos los libros y los tebeos, cómics e historietas impresas.
Leíamos desde nuestra más tierna infancia, desarrollábamos la imaginación y la hacíamos volar con nuestros pocos juguetes y manualidades.
Recuerdo que un día con unos ocho o nueve años, nos juntamos unos vecinos de la calle para hacer una escuela para los niños más pequeños, queríamos hacer una clase en un cuarto de la cueva de casa de mi abuela.
Le pusimos hasta nombre: Escuela San Bernardo, y escribimos las letras en la pared del cuarto de la cueva con un trozo de cera negra, luego mi abuela nos regaño y tuvimos que borrarlo, pero pusimos mesas, sillas, hasta una pizarra de juguete que teníamos por ahí de unos reyes pasados que nos regalaron.
Jugábamos a ser maestros, con libros, venían vecinos más pequeños, mis hermanos y les poníamos a hacer deberes y a estudiar libros de cursos pasados que guardábamos en otro cuarto, eran juegos para enseñarnos a ser mayores, los recuerdo con mucha nostalgia y cariño por la candidez con la que nos invadía la inocencia.
Otro recuerdo era cuando a escondidas le cogía frascos de colonia, de after save, de alcohol, de crema, de todo tipo de productos de limpieza y los mezclaba para hacer "pócimas", pues quería ser alquimista, había visto o leído algo sobre ellos y quería mezclar cosas para conseguir oro, menos mal que no me dio por probar ninguna pócima, solo las coleccionaba y las guardaba porque conseguía colores muy chulos de las mismas al mezclarlas, era algo mágico para mí, pues desde bien pequeño me han interesado estos temas. Quizás cuando hice esto tendría unos diez años.
Recuerdo con mucha nostalgia aquellas noches de estufa de gas en la cocina de casa de mi abuela, todos reunidos alrededor de ella, pues en aquel entonces el frio del invierno no era como ahora, era sano, era normal, era de chimenea y de olor a leña quemada cuando ibas por la calle, y si no tenías chimenea pues se ponía el brasero bajo de la mesa de madera y la manta cubierta o la estufa catalítica de gas butano.
Me gusta recordar esos momentos porque estábamos juntos y ya nunca se podrá repetir, pues nuestros familiares mueren, y ya hace muchos años que se fueron, pero quedan los recuerdos para revivirlos.
La primera vez que trajeron una televisión en color, fue una de la marca Radiola, en un principio la trajeron de veinte pulgadas, pero vieron que podía caber una más grande y la cambiaron por una de veintidós.
Aquella televisión duró hasta el año 2008, desde el año 84 en la que se compró, cuando no iba, se le daba un golpe y arrancaba, era una maravilla, allí vi todos los programas míticos de la televisión de los ochenta, El Hombre y la tierra, La bola de Cristal, Barrio Sésamo, etc., etc.
Otro recuerdo fue cuando mis padres compraron en la feria de San Cayetano de Crevillent, que se celebraba en agosto, donde ponían barracas de juguetes en una plaza cercana a casa de mi abuela( hoy esta tradición hace casi treinta años que ya no existe.) una piscina hinchable redonda de color rojo, pequeña de metro medio para bañarnos en el tejado de la casa, fue tal el éxito que venían todos los vecinos amigos míos, niños, por supuesto, a bañarse todos los días, y mi padre estaba hasta el gorro de llenarla porque la vaciábamos siempre. Con que cosas tan simples éramos felices.
Recuerdo ver en las noches de verano en un barranco cerca de casa de mi abuela luces en medio de los bancales, nos acercábamos con una linterna de petaca de color rojo que tenía mi padre y veíamos que eran luciérnagas, negras con una luz verde fosforito en el abdomen, ya no se ven, quizás estén ya extintas, al igual que aquel lugar, y el tiempo que pasó desde entonces.
Los atardeceres desde esta bendita casa de mi abuela inundaron mis ojos desde bien niño, al igual que decía Serrat en su mediterránea canción, también me encantaba ver las estrellas acostado en el tejado de la cueva que había anexa a la casa, el cielo de aquel tiempo era limpio, se veían muchísimas estrellas, la contaminación lumínica no era tan fuerte como hoy en día.
Las estrellas me hacían soñar, y mirándolas creía que algún día podríamos ir allí y ver las maravillas que nos esperan en el inmenso océano sideral.
Toda esa imaginación la alimentaba cuando veía las películas de Star Trek y las de ciencia ficción que en aquella época televisaban de vez en cuando.
Mi padre tenia revistas de misterio que compraba en aquella época, como la famosa Mundo Desconocido, y yo con diez años las leía y luego si me quedaba a dormir en casa de mi abuela solo, me cagaba de miedo y oía ruidos toda la noche sin poder pegar ojo, pero era masoquista y no paraba de leerlas, así me aficioné a todos estos temas y a leer más adelante sobre ovnis y misterios más profundamente.
Recuerdo las lluvias torrenciales de los meses de septiembre que inundaban la calle y nos hacían tener que destapar todos los desagues de la casa, que se inundaba el patio de una forma brutal, entonces teníamos que achicar agua con cubos y con una pala porque las torrenciales lluvias de los años ochenta no fallaban y entonces cuando sucedían todos los vecinos gritaban ¡Aigua! como alegrándose que vinieran las benditas lluvias, tan escasas en esta tierra, hoy por desgracia mucho más.
Otro recuerdo son las largas tardes de verano, cuando se dormía la siesta al sonido de las Chicharras, sin coches circulando, sudando pero sin el calor asfixiante que hace hoy en día, poner el ventilador y dormir en el sofá de skay, salir empapado del mismo a la media hora de acostarte. Entonces cogía la bicicleta y me iba a algún campo de un amigo o a dar vueltas por el pueblo, pues se podía, las olas de calor no eran como ahora, como mucho habían 34 grados, que era calor, pero permitía dormir por las noches, pues refrescaba a partir de las diez de la noche.
La gente salía entonces a tomar el fresco a la calle, como ya he contado en varios post de este blog, pero nunca me cansaré de recordar estas cosas, era maravilloso y muy bueno par la convivencia entre vecinos, hoy ya ha desaparecido en la mayoría de calles de mi pueblo.
Y hasta aquí, una pequeña retrospectiva de mi infancia solo para recordar, para no olvidar y volver a vivir aunque sea en mi mente aquellos momentos.
Seguimo en el camino, con retrospectiva.
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